sábado, 13 de marzo de 2010

Piojos, Rusos, Alemanes y Justos


Un artículo de "Historias de la ciencia "

Poco antes de la Segunda Guerra Mundial Rudolf Weigl desarrolló una vacuna contra el tifus que por entonces hacía estragos. Entre 5 y 6 millones de personas fueron vacunadas contra dicha enfermedad durante la ocupación alemana en la zona oriental de las operaciones de guerra. Posteriormente fue utilizada también en China, Etiopía y otros países. Su creador nunca se llevó el Nobel de Medicina, aunque lo hubiera merecido; pero también y aquí entra lo increíble del personaje, se hubiera merecido el Premio Nobel de la Paz. Y sobre él y otros dos honorables hombres, que quizás también lo hubieran merecido, os hablaré en nuestra historia de hoy.

Rudolf Weigl nació en Austria en 1883. Su padre murió al cabo de poco tiempo en un accidente mientras probaba un nuevo modelo de bicicleta. La viuda, con tres hijos, se casó con un profesor polaco de instituto. La familia acabó instalándose en Lwów y el pequeño Weigl se convirtió en un profesor de biología de la Universidad teniendo  a su cargo un laboratorio.
Aguantó en Lwów la primera ocupación soviética y posterior alemana, pero tuvo que exiliarse tras la definitiva ocupación soviética de 1944 y la consiguiente limpieza étnica.
Ya era muy respetado cuando llegó la primera de ambas ocupaciones: la soviética. El mismísmo Nikita Khrushchev fue a visitarlo a su Instituto y le ofreció un título académico y la dirección de un instituto bacteriológico en Moscú para el desarrollo de su vacuna. Tuvo que ser una persona muy persuasiva, pues fue capaz de declinar la oferta sin represalias. Y no sólo eso, sino que además consiguió apoyo soviético para ampliar su instituto en Lwów y, lo que es más difícil todavía, logró que sus empleados quedaran fuera de las deportaciones a Siberia.
No obstante, más tarde llegó la segunda ocupación: la alemana; y, obviamente, todo esto podía cambiar. Ya desde 1909, gracias a Charles Nicolle del Instituto Pasteur, había quedado establecido que ciertos piojos eran el vector del tifus. Para preparar una vacuna, el doctor Weigl necesitaba criar una ingente cantidad de dichos piojos que, para sobrevivir, necesitan sangre humana.
Y diseñó un ingenioso sistema. Se cosían unas pequeñas cajas de madera selladas con parafina para que los insectos no escaparan. En el lado que tocaba la piel había una finísima malla que sólo permitía a los piojos asomar la cabeza para alimentarse. En estas cajas se depositaban entre 400 y 800 larvas junto a unos hilos de lana para que depositaran sus los huevos cuando crecieran.
Los hombres solían ponérselas en las pantorrillas, aunque las mujeres preferían ponérsela en los muslos y así ocultar las marcas que dejaban con la falda. Ellas siempre tan coquetas.
El dispositivo en la pierna de una mujer Las marcas que dejaban los piojos
Después de entre 30 y 45 minutos, cada insecto ingería una cantidad equivalente a su peso, con lo que quedaban hinchados como un balón. No podían pasarse de este tiempo, pues los voraces piojos comían tanto que incluso reventaban.
Estos hombres y mujeres tenían raciones especiales de comida y la posibilidad de arresto y deportación disminuía. Su identificación era bien visible y emitida por la Oficina del Comandante en Jefe del Ejército Alemán. La Gestapo se mantenía apartada por miedo a ser contagiados accidentalmente con el tifus. Siempre había el peligro de que alguno de los piojos portara la enfermedad.
De este modo, ayudó a muchos profesores de universidad. Además, como el trabajo duraba apenas una hora al día, el resto del tiempo dichos profesores organizaban cursos universitarios clandestinos y realizaban otras actividades educativas y patrióticas.
Algunos de ellos eran los famosos matemáticos del Cuaderno Escocés (en gaussianos os han dado una amplia explicación). No deja de ser curioso saber que mientras discutían sobre teoría de números y topología estuvieran alimentando piojos. A veces, con el fervor de las discusiones se pasaban de los 45 minutos y los piojos continuaban chupándoles la sangre hasta que reventaban.
Parece ser que hacía mella en la salud. El matemático Banach fue uno de aquellos privilegiados del Café Escocés que se prestó a alimentarlos con su propia sangre y le acabó provocando una degradación física considerable. La mujer de un colega decía que mientras que antes había sido un tipo robusto, esos años era un hombre exhausto, hambriento y sombrío, aunque antes de la guerra había sido de complexión muy robusta.
Pero Weigl llegó mucho más lejos. Según un estrecho colaborador llamado Wladyslaw Szpilman:
Los nazis dieron permiso a Weigl para tener una radio (…) Esto fue una bendición, puesto que ser descubierto con una radio se penalizaba con la pena de muerte. Weigl tuvo mucho coraje y cooperó con la resistencia polaca durante la ocupación nazi. Varios cargamentos ilegales de su vacuna acabaron llegando ilegalmente al gueto de Varsovia -algunos transportados por mis padres y yo- y a otros guetos judíos en grandes ciudades, donde el tifus había alcanzado proporciones de epidemia.
Dicen que, en el gueto, el doctor Weigl era tan famoso como Hitler, pero por razones bien diferentes.
Desgraciadamente, la mayor parte de los participantes fueron posteriormente víctimas de los nazis. Un año más tarde de entrar en Lwów, los nazis asesinaron a 45 personas, entre ellos, muchos profesores y científicos de la Universidad Politécnica y familiares. Incluso el matemático Kazimiers Bartel que había sido ministro de Polonia y rector de la Universidad. Había rechazado una oferta de Himmler para presidir un gobierno títere del Reich.
Los asesinatos no fueron indiscriminados sino bien calculados y la mayor parte de ellos se hicieron en secreto. Se sabe porque desde la Gestapo habían estado buscando dos profesores que ya habían muerto: un dermatólogo profesor y un oftalmólogo.
El mencionado colaborador, Wladyslaw Szpilman fue llevado al cine por Roman Polansky en la película El pianista.  Hay un libro del mismo Szpilman titulado El pianista del gueto de Varsovia en el que relata todos estos sucesos con más detalle. Fue escrito en 1946 pero fue fuertemente censurado por las autoridades comunistas y no se publicó hasta una fecha muy reciente: en 1998. Ya lo tengo pedido en la biblioteca. Si os parece, cuando lo acabe le hacemos una reseña.
La razón de que la película y el libro hagan referencia a un pianista es porque Szpilman era un célebre pianista y compositor de música clásica. Mientras tocaba en la radio elNocturno en do sostenido menor de Chopin una bomba interrumpió la obra. Fue entonces cuando lo trasladaron al gueto.
Hacia el final de la guerra, el 17 de noviembre de 1944 en Varsovia, en una casa abandonada que estaba siendo acondicionada para convertirse en el cuartel general de las fuerzas de ocupación, un oficial alemán, Wilm Hosenfeld, encontró a Szpilman. Se había construido un escondite en la buhardilla. El oficial pidió al pianista probar su condición de músico y, con las manos aún entumecidas, tocó un fragmento de Balada No. 1 en do menor de Chopin. Hosenfeld le ayudó a mejorar su escondite y le proveyó de comida durante un mes envuelta en papel de periódico que daba noticias de la pronta caída de Alemania.
No había sido la primera vez que Hosenfeld había ayudado a gente en similar situación. Aunque había pertenecido al partido nazi, fue distanciándose a medida que veía cómo se trataba a los polacos. De hecho, entabló amistad con muchos polacos e intentó aprender su lengua. Era cristiano y tomaba la comunión en iglesias polacas a pesar de que estaba prohibido. Permitió que prisioneros de guerra pudieran ver a sus familias y utilizó su cargo para dar refugio a polacos amenazados de ser arrestados por la Gestapo.
Desgraciadamente,  fue capturado por los soviéticos y sentenciado a 25 años de trabajos forzados por supuestos crímenes de guerra. La única prueba que tenían era su pertenencia al ejército. A pesar de las numerosas peticiones de liberación, los rusos hicieron caso omiso.  Falleció en un campo de concentración tras un grave y largo deterioro de su salud.
El hijo de Władysław Szpilman, Andrzej Szpilman, solicitó al Yad Vashem que reconociera a Wilm Hosenfeld como Justo entre las Naciones, un título que se concede a los no judíos que arriesgaron su vida por salvar a los judíos. El 25 de noviembre de 2008 se produjo dicho reconocimiento. Los hijos de Hosenfeld y Szpilman asistieron a la ceremonia.
Weigl, nuestro primer protagonista, también tiene el título de Justo entre las Naciones y se le concedió en  2003.
Tres grandes hombres y tres grandes desconocidos.
Fuentes:
La idea principal de la historia la saqué del libro 
Pasiones, piojos, dioses… y matemáticas, de Antonio J. Durán. Otro interesante artículo de Weigl con mayor detalle en la propagación del tifus a través de los piojos lo tenéis en maikelnai.
Los detalles de Szpilman y Hosenfeld los encontré en la wikipedia. Otros detalles los averigüé gracias a un enlace al que hace referencia el mismo maikelnai.

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